Pregunta: ¿cuándo fue la última vez que oíste hablar de un accidente de tráfico grave? Es posible que haya sido hace poco tiempo. Según la Organización Mundial de la Salud, cada año fallecen en carretera más de un millón de personas, cifra a la que hay que añadir otros 50 millones de heridos. De hecho, la principal causa de mortalidad de las personas de entre 5 y 29 años no es una enfermedad o la guerra, sino los accidentes de tráfico.
Estos terribles números chocan con la siniestralidad de los viajes en avión. En 2019 –el último año con tráfico aéreo normal– tan sólo 239 personas perdieron la vida en un incidente en vuelo comercial.
Por supuesto, son 239 individuos con nombre y apellido, una cifra que sigue siendo muy elevada, pero que contrasta con los aproximadamente 1,35 millones de muertos en la carretera. Así que volar es muy seguro, y conducir sorprendentemente peligroso.
La cuestión es: ¿cómo hacer que conducir sea tan seguro como volar? ¿Cómo podemos hacer que nuestras carreteras sean tan seguras como nuestros cielos?
La respuesta a estas preguntas no es fácil. Pero al final puede ir muy ligada a dos conceptos: formación y tecnología.
Piensa como un piloto de avión
La parte formativa de la ecuación es el punto en el que la psicología se encuentra con la seguridad vial. Si los conductores pensaran igual que los pilotos de avión –o debieran superar su exigente formación– se evitarían muchos accidentes. Porque los pilotos se entrenan para evitar algunos hábitos mentales comunes que suelen conducir a errores, y en consecuencia, a un accidente.
Un ejemplo. Los pilotos siguen una rigurosa lista de comprobación antes de iniciar cada viaje. El protocolo les obliga a chequear todos los aspectos ligados a la seguridad del avión y actuar si descubren cualquier mínima anomalía. Su formación les obliga también a pensar objetivamente y evitar los estados mentales en los que uno cree que como no ha sufrido antes ningún accidente no tiene por qué tener uno en el futuro.
También se entrenan para evitar “la fijación en un objetivo”, común tanto a la hora de conducir como de volar. Esto ocurre cuando el conductor fija la vista en un obstáculo o amenaza, caso de un vehículo que tiene justo delante, y en lugar de evitarlo se dirige directamente contra él. Puede sonar extraño, pero esta es una de las principales causas de accidente por impacto contra coches aparcados.
Los automóviles son cada vez más seguros –están dotados de mayor protección contra impactos, materiales más seguros, mejores frenos y complejos sistemas de alerta– y las autoridades de tráfico han reducido los límites de velocidad a 30 km/h en muchas zonas urbanas, por lo que las acciones y la conciencia del conductor ganan en importancia a la hora de evitar accidentes. Y cuando hablamos de esa conciencia toca añadir una pieza más al puzzle de la seguridad vial: la información digital.
Comprender el ‘entorno'
La conducción inteligente se basa en el modo como el conductor interactúa con el vehículo y el entorno –prestaciones del automóvil, condiciones meteorológicas, estado del tráfico, peligros en la carretera–, que está en permanente cambio. Las tecnologías de la comunicación nos dan nuevas formas de relacionarnos con este “entorno de conducción”, en línea como lo hacen los pilotos en el cielo.
La mayoría de vehículos modernos equipan ordenadores capaces de recopilar datos de multitud de fuentes, desde las condiciones meteorológicas hasta el tipo de superficie por la que circulamos, y que hasta son capaces de detectar, de la mano de los sistemas de frenada y tracción, si el asfalto está seco, mojado, cubierto de nieve o helado. Las conexiones celulares y satelitales disponibles en múltiples lugares permiten recopilar y analizar de forma remota todos estos datos para ofrecer información sobre el estado del tráfico o posibles cambios en la meteorología, por ejemplo.
Carreteras que en un momento del día están vacías pueden, de pronto, congestionarse. Una meteorología benigna volverse difícil, y un coche que rueda con normalidad, estropearse. Existen nuevos sistemas predictivos a partir de cámaras e inteligencia artificial capaces de alertar que un peatón o un vehículo se comportan de modo peligroso y pueden ser susceptibles de causar un accidente.
Toda esta información ya está disponible de algún modo, tanto dentro como fuera del vehículo –por ejemplo, el estado del tráfico nos lo ofrecen servicios como Google Maps a partir del análisis de miles de datos de usuarios individuales. Sin embargo, estas aplicaciones se representan en sus propios mapas, puesto que no existe, por ahora, la posibilidad de combinar información de diversas organizaciones y fuentes como sensores ubicados en los vehículos o en la carretera. De ser así se podría generar una imagen más integrada del entorno de conducción sin necesidad de consultar una decena de aplicaciones móviles. Bastaría una sola pantalla ubicada en la consola del vehículo para hacer el trabajo sin distraernos de la rutina de conducción.
Salvar vidas
El motivo por el que esto no ocurre es doble: por un lado, los sistemas y formatos de datos son incompatibles, y por el otro, las empresas no se muestran excesivamente entusiastas a la hora de compartir información.
Pero se está haciendo un gran esfuerzo para fusionar todos los datos y poder crear, al fin, una imagen en tiempo real del ecosistema de conducción al alcance de quien lo necesite. La iniciativa Data for Road Safety, que impulsa la Comisión Europea, trabaja para crear estándares comunes de información entre compañías privadas y organismos oficiales.
La iniciativa busca la adhesión de nuevos participantes dispuestos a compartir datos. Si sus propietarios deciden hacerlo o no es una cuestión que queda a su merced, pero si atendemos a las cifras del inicio de este artículo, descubriremos la importancia de que lo hagan.
Al final, muchas vidas dependen de ello.