La expansión de la pandemia del coronavirus ha coincidido con descensos en las bolsas y la necesidad para múltiples compañías de buscar capital desesperadamente. En este contexto, lo más llamativo era que cuanto más verde era la empresa, más fácilmente lograba atraer fondos. Los inversores mostraban, de este modo, sus preferencias hacia productores de coches eléctricos y aquellos que habían contraído deudas corporativas con credenciales verdes.
Para las compañías automovilísticas en busca de capital, el mensaje estaba claro: si no has sido lo suficientemente ambicioso para captar los llamados ‘bonos verdes', no puedes tardar en seguir este camino.
Planes ambiciosos
Los bonos verdes no son una novedad en el mercado. Estos innovadores valores se diseñaron específicamente para ayudar a las organizaciones en su transición hacia un futuro con bajas emisiones de carbono y los han emitido tanto gobiernos como, en tiempos más recientes, compañías privadas. Bancos, comerciantes al detalle y empresas de servicios públicos cuentan hoy día con bonos verdes ‘certificados' por agencias de calificación independientes, caso de Climate Bonds Initiative. Sin ir más lejos, en lo que llevamos de 2020 se han emitido más de 100.000 millones de dólares en bonos verdes.
A pesar de ello, muy pocas firmas automovilísticas han recurrido a este tipo de ayuda financiera, y la mayoría de las que lo han logrado tienen su sede en Asia y están más ligadas a la financiación de la compra de vehículos que a su fabricación. Volvo fue, en 2017, el primer fabricante europeo en emitir un bono de este tipo, tendencia que ninguna otra gran marca europea o estadounidense ha seguido, pese a las enormes inversiones necesarias para satisfacer sus compromisos de reducción de emisiones. Volkswagen, por ejemplo, ha firmado una reducción de la huella de emisiones contaminantes de sus automóviles de un 30% hacia el año 2025 y pretende alcanzar la neutralidad de carbono hacia 2050. Lograr estos objetivos será, sin duda, muy costoso.
Exigencias notables
Una de las razones por las que los fabricantes de coches han tardado en adoptar los bonos verdes tiene que ver con la necesidad de demostrar que el capital recaudado realmente se destinará a iniciativas de ‘bajas emisiones'. En el caso de grandes compañías que realizan operaciones complejas, esta misión puede ser casi imposible. Los bonos verdes requieren, además, de informes de seguimiento que pueden llegar a ser muy costosos.
Otro factor a considerar es el riesgo reputacional. Siempre existirá la posibilidad de que los reconocidos ‘índices verdes', como el que lidera la compañía de datos financieros Bloomberg, no acepten un determinado bono. Algunas compañías petroleras, por ejemplo, han debido afrontar problemas de este tipo por lanzar bonos verdes no considerados como tales por estas empresas especialistas.
Construir el futuro
Las grandes firmas del sector del automóvil deben, pues, dejar a un lado sus preocupaciones y abrazar nuevas formas de financiación, si es que realmente desean reforzar sus visiones de un planeta más saludable –y existen evidencias de que tienen este objetivo en mente. Toyota y Hyundai han lanzado ya bonos de autofinanciación, y VW publicó, a inicios de 2020, un libro blanco sobre las finanzas verdes que sienta las bases de futuras iniciativas de este tipo para financiar la producción de vehículos. Daimler, compañía madre de Mercedes, ha desvelado una iniciativa similar y ciertas voces autorizadas en la industria sugieren que empezará a recaudar financiación verde pronto, probablemente a final de este año.
Todas estas marcas han decidido que los costes y la carga de informes que se deriva de la financiación verde no pesan tanto como sus ventajas, que incluyen un acceso más fácil a financiación y la oportunidad de presentarse ante unos consumidores mucho más concienciados ambientalmente. A medida que la industria automovilística afronte los costes de la descarbonización, sin duda otros sectores seguirán el camino de los pioneros de los bonos verdes.
Y esta situación nos beneficiará a todos.