Si los combustibles fósiles animaron la era industrial, los datos serán la gasolina de nuestro futuro digital.
Su uso nos brinda la oportunidad de dar forma a modos de vida más sostenibles, como demuestran los sistemas inteligentes de medición del consumo de agua, la energía solar o la distribución global y eficiente de alimentos.
En el ámbito del transporte, el uso de datos promete mejorar los flujos de tráfico, incrementar la eficiencia de los vehículos y afinar el transporte público para adaptarlo a la medida de los servicios que la gente realmente necesita, entre otras opciones.
Sin embargo, el miedo al robo de datos de identidad y en plenas consecuencias del escándalo de Cambridge Analytica, que evidenció cómo la información personal puede venderse para beneficio político, resulta lógico que muchas personas se muestren reacias a compartir detalles de su vida diaria –incluso si se realiza con el fin de impulsar soluciones de transporte más sostenibles. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Cada movimiento
Es cierto que los datos de nuestros desplazamientos son reveladores, ya que proporcionan “inferencias de innumerables informaciones complementarias relativas al comportamiento, los hábitos y el estilo de vida de cada individuo”, según afirma la Autoridad de Protección de Datos francesa.
A todo esto hay que añadir que los datos de movilidad en todos los medios posibles, desde apps de bicis compartidas a vehículos inteligentes, incluyen coordenadas de GPS en tiempo real, fechas y horas de los desplazamientos e identificadores únicos de cada vehículo.
Sin embargo, ¿suministrar datos personales implica necesariamente exponernos a que se estudie cada movimiento que realizamos? La respuesta más probable es ‘no'. En el diseño de las plataformas digitales para fomentar el transporte sostenible, a nadie le importa su vida, salvo al algoritmo. Y el algoritmo tan sólo se preocupa de su vida cuando es anónima y se mezcla con la de millones de otros individuos. En esos casos (a diferencia de actividades como el comercio electrónico), usted es tan sólo una estadística –y eso es algo muy positivo.
Caminos seguros
Los reglamentos de protección de datos están forzando a las compañías a ser cada vez más explícitas sobre el modo como utilizan o utilizarán la información. Entre ellas destaca el Reglamento de Protección de Datos de la Unión Europea (GDRP), que impone un robusto marco legal. El GDRP enfatiza el anonimato, el consentimiento y los límites de almacenamiento de datos mediante mecanismos que deberían aliviar toda preocupación a la hora de compartir informaciones destinadas a crear soluciones sostenibles.
Otro aspecto a tener en cuenta siempre ha sido la seguridad de sus datos –esto es, blindarlos a cualquier tipo de mal uso. Pero ahora que éstos son exponencialmente más importantes en el mundo digital, tecnologías como el blockchain o el cloud computing resultan más fiables que las equivalentes de la era analógica, muy sensibles al robo de archivos físicos.
En la esfera de la movilidad, la Mobility Data Specification (MDS) es una API que se ha convertido en un estándar global a la hora de proporcionar información anónima entre una compañía de movilidad y los ayuntamientos –siempre despersonalizando todos los datos.
Cosechando recompensas
Este tipo de acciones están empezando a mitigar parte de los miedos relativos a un potencial mal uso de los datos, por lo que empieza a ser hora de dar libertad al flujo de datos y ver cumplidas las promesas. Imaginen un mundo en el que ya no se emite CO2 mientras se espera a que el semáforo se ponga verde; en el que los supermercados almacenan únicamente los productos que se estima que venderán; y donde los vuelos de aerolíneas se ajustan a las necesidades reales de los viajeros. Si consideramos todo ello, ¿no deberíamos empezar a dar rienda suelta a nuestros datos para ayudar a construir un porvenir así? Desde luego, no esperamos políticas a futuro determinadas por intercambios desequilibrados.
Tomemos como ejemplo Strava, aplicación de rastreo dedicada al fitness que vende datos de sus 47 millones de usuarios a las autoridades del transporte londinense para ayudar a diseñar rutas que incentiven el uso de la bicicleta. El conjunto de informaciones parece muy útil, pero –como recoge un artículo del Financial Times– la élite demográfica que disfruta de sofisticadas apps de ejercicio no tiene por que corresponderse con la realidad del ciclista medio y, menos si ésta se ciñe en exclusiva a la realidad urbana.
En el camino hacia la movilidad sostenible, podríamos estar ante el momento de levantarse –o montar en la bicicleta– y que se tengan en cuenta nuestros datos.